Nos recomiendan visitar una bodega con un atractivo excepcional, su cueva escavada en la piedra. Este ancestral método de conservar el vino, busca mantener unas condiciones de temperatura y humedad constantes e idóneas, y más allá de estas razones técnicas, el encanto que emana de bajar al lugar donde los vinos reposan, hace que los que amamos la enología, no seamos capaces de negarnos a estas seductoras proposiciones.
Situada en pleno casco urbano de Colmenar de Oreja, Madrid, hecho que ya la hace singular y que nos hace intuir que algunos años lleva la bodega en pie, para ser más exactos, según reza en su logotipo, desde 1882. Se accede por un portalón, que en principio no nos dice nada excepcional, actualmente se encuentra en obras, con vistas a mostrar al visitante toda la riqueza histórica y enológica que se encuentra en su interior.
La persona que nos atiende excepcionalmente es Jesús Peral, enólogo y propietario. Nos cuenta la historia de la bodega y las ideas que tiene con vistas a orientarla al enoturismo, y aunque ya recibe visitas, cree que puede tener mucho interés para el visitante enófilo, idea que compartimos, sobretodo cuando bajamos a la cueva.
Bajamos unos primeros escalones esculpidos en la piedra y en una esquina nos encontramos un pellejo de vino, como aquellos que ensartó Don Quijote con su espada en la ilustre novela, la luz es tenue y a cada escalón que bajamos nos da la sensación de retroceder décadas de historia. Es escalofriante pensar, el duro trabajo que ha tenido que llevar, arrancarle a la roca cada uno de los pedazos para construir esta cuna para vinos.
La cueva se divide en una nave principal y en varias ramificaciones, allí se conservan los vinos, criándose, tanto en la fase de barrica, como de botella, a una temperatura y humedad idóneas. Jesús elabora principalmente las variedades tinta de Madrid (tempranillo) y malvar. Su gama es amplia. desde vinos de aguja semidulces, hasta vermú. Destaca la elaboración “Sobremadre“, que es una técnica enológica tradicional basada en fermentar la uva blanca sobre parte de los hollejos, dejando macerar el vino sobre estos varios meses, confiriendo mas cuerpo y singularidad.
Nos vamos con el recuerdo vivo de haber viajado en el tiempo y con la ilusión de ver el nuevo proyecto de bodega, cimentado en las sólidas rocas de la tradición para preservar nuestro deleite en el futuro.